jueves, 6 de octubre de 2011

Caza de montería

La caza de montería es una modalidad de caza mayor cuyo origen se pierde en el tiempo. En ella tienen un especialísimo protagonismo los perros de caza, ya que sin ellos sería imposible llevarla a cabo. Han existido y existen diferentes tipos de montería según el territorio donde se lleva a cabo, la manera de entender la caza y la utilización de unas u otras razas de perros.
  1. f. Caza mayor,como la de jabalíes,venados y otros animales con armas y perros.
  2. Técnica de cazar o conjunto de reglas y consejos que se dan para la caza.

  3. La historia de la humanidad puede contarse desde muchos ángulos. El marqués de Laula lo hace desde la caza y con sentido del humor, y Barca, con sus magníficas ilustraciones, remata el propósito lúdico y divertido de esta sección.
    Los historiadores de épocas posteriores han llamado, con notable suficiencia, Edad Media al espacio de tiempo que cubre diez siglos de la vida europea, como si se tratase tan sólo de un momento intermedio o mera transición desde los tiempos clásicos a los venturosos modernos. En realidad es un larguísimo período en el que se forja la que hoy denominamos civilización occidental al amparo del espíritu cristiano, ya que la Iglesia es la única institución que pervive a las invasiones bárbaras y a la destrucción del Imperio Romano. Aunque inmersos en la religión del amor, los europeos, más teóricos que prácticos, se dedican durante esos años a darse mandoblazos unos a otros con verdadera dedicación.

    Por aquel entonces se produjo una enorme falta de seguridad que se acusó especialmente en el campo, y los agricultores no sólo tenían que mirar al cielo para ver si llovía, sino también que avizorar el horizonte para descubrir quién venía en busca de sus graneros y ganados. Como tanto vigilar resultaba poco provechoso y no resolvía los problemas, se vieron obligados a buscarse un protector como en Chicago en los años veinte; así nace el feudalismo.

    En un tiempo en que el interés del dinero, fijado libremente por los caritativos prestamistas sin intervención de ningún banco central, alcanzaba fácilmente una discreta tasa del 50 por ciento, el señor feudal consiguió unas ciertas ventajas que le compensaran de los esfuerzos bélicos en favor de sus sujetos. Entre éstas destacan “la cugucia”, nombre del derecho que tenía el señor sobre la mitad de los bienes de la esposa adúltera en el caso de que el marido no fuera consentidor, que llegaba a la totalidad si el interfecto labraba con los cuernos en acertado símil quevedesco; todo en aras de proteger el honor del agraviado. Se advierte que los hombres del medioevo nunca tuvieron gran confianza en la mujer en general y en las esposas en particular, y la mejor prueba son los cinturones de castidad, forjados en bruñido acero, con que obsequiaban a sus legítimas cuando tenían que atender alguna disputa o asunto que podía entretenerlos unos cuantos años.

    Otra institución de entonces es “la honra”, que consistía en un privilegio por el cual se impedía que los oficiales regios entraran en las casas y tierras privadas para cobrar tributos y perseguir criminales, de ahí nace el tesón con que los españoles defendieron siempre la suya.

    La falta de entretenimientos en los castillos y la temperatura que se disfrutaba en ellos pusieron de moda los deportes al aire libre y de forma muy particular la caza, a pesar de los riesgos que conllevaba pues si bien la norma era perseguir a los animales silvestres, en ocasiones estos se erigían en protagonistas como le ocurrió al rey Favíla en su contencioso con un plantígrado asturiano.

    Su descendiente el rey Alfonso de Castilla –todavía los historiadores dudan si se trata del Sabio o del undécimo–, estableció en el Libro de la Montería las normas para ese ejercicio cinegético que, sin grandes variaciones, ha llegado hasta nuestros días. En la primera parte se extiende en las artes y artimañas de esta cacería en la que el jabalí y el oso constituían el plato principal; la segunda está dedicada a los perros y la tercera a un catálogo de montes querenciosos, del que se deduce que toda España era coto de caza regio. La organización de las cacerías exigía los siguientes pasos: enviar a “concertar” o registrar la mancha a cinco o seis monteros conocedores –entre los monteros, al parecer, los había conocedores y los que no lo eran, que se les mantenía igualmente a pesar de su ignorancia–; luego gracias a un grupito de sesenta, cien o más cazadores se cercaba el monte, disponiendo en una parte “la vocería”, esto es los espantas con bocinas para anunciar los distintos lances, y por otra las armadas que estaban encargadas de alancear las reses; por último entraban a caballo los organizadores, que remataban con sus dagas o venablos los animales agarrados por los perros. La montería fue un remedo del tetratlón en el que se corría, se gritaba, se cabalgaba y se luchaba esforzadamente con los animales salvajes.

    En esta obra se da cuenta de una cacería que es muy ilustrativa de cómo se desarrollaban en aquellos tiempos. Un martes salieron de caza unos cuantos amigos con la idea de disfrutar estirando las piernas, dieron con el rastro de un oso andariego cerca de Sª. Mª. del Tiemblo y lo siguieron pero “nunca le pudieron poner canes hasta en estas cabreras que son sobre Navaluenga que era ya hora de vísperas. [...] e viéronlo do iba por la nieve e pusiéronle ocho canes e estuvieron con él hasta el primer sueño, e porque ovieron de perder de frío los monteros descendieron de la sierra [...] e después en esta noche misma desde que salió la luna salieron e tomaron el rastro e el Miércoles a la mañana, a hora de tercia, pusieron en el rastro ocho canes, [...] que los llevó bien dos leguas e media hasta que los puso en la cama del oso. E entonces dice que lo quisieran matar, [...] e fueron con él entonces tres canes, que todos los otros dejaron, [...] e durmieron en la nieve estos tres canes con ellos toda la noche e al otro día jueves fueron en pos de él e tomáronlo a las cabreras de Navaluenga, e nunca en todo el día hizo cama. En este día Jueves a hora de nona pusiéronle cuatro canes [...] e esta noche durmieron todos los monteros en Navaluenga. E el otro día Viernes tomaron el rastro encima del puerto, e fueron por el rastro, e por la nieve tres leguas [...] después por una senda [...] dos leguas, e desde que salió de ella metiose en un monte pequeño, que no andaría en él un corzo, [...] e fuese a dar a las viñas mismas [...] que no hubo quien lo matase, que bien pudieron, porque los monteros venían distante un poco e muy cansados [...] e dejaronle todos los canes salvo los buenos Natural y Vaquero y fueron con estos canes que iban en pos del oso hasta el primer sueño [...] e tornaron los monteros esta noche a yacer en Sª.Mª. del Tiemblo [...] e otro día Sábado, en amaneciendo tomaron el rastro los dichos [...] e lleváronlo desde el Alberche hasta encima de las cabreras del Quexigar, donde se levantó otra vez [...] e aquí no lo codiciaba ya can ninguno de cansados, [...] e anduvieron hasta el medio día con él e tuvieron que dejarlo porque estaban cansados. E después de esto vinieron los monteros muy cansados e renováronle muchos canes [...] por manera que estos lo trajeron a la muerte e murió allí este día Sábado a hora de nona [...] así que duró la montería de este oso, que no murió hasta cinco días, e en estos cinco días fueron cuatro noches”.

    Como se puede apreciar aún no se había implantado la costumbre de cazar sólo en fin de semana y tampoco se cuidaba adecuadamente la preparación fisica, pues al cabo de cinco días y cuatro noches, varias veces se quejan de cansancio...

    Para terminar, conviene apuntar que el hábito de mimetizarse con la Guardia Civil cada vez que se sale al campo arranca de esos tiempos medievales, pues el rey Modus ya aconseja que el montero: “Debe ir vestido de verde o de un color que se asemeje al bosque o a la hojas de los árboles”.

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